SEAMOS AGRADECIDOS CON DIOS
La ingratitud es uno de los rasgos más desagradables que posee el pecador, ya que un gran número de hombres, no son gratos o agradecidos con las personas que en algún momento de sus vidas les extendieron las manos. Los hombres no solo son ingratos con otros, sino que son más ingratos con el eterno Creador del universo, ya que no están dispuestos a reconocer que todo lo que tienen, o han logrado cosechar en sus vidas, es gracias a su generosidad, amor y bondad. Esta manera del hombre de ser ingrato con Dios, quedó registrada por el doctor Lucas en su evangelio: “Jesús dijo: ¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve?” Lucas 17:17 DHH.
En cierta ocasión, Jesucristo movido por su gran amor y misericordia, sanó a diez leprosos, pero sólo uno de ellos volvió a darle las gracias por haberle sanado de su enfermedad. Los diez hombres de esta narrativa, posiblemente tenían fe en el poder de Jesucristo para ser sanados de su enfermedad, por esa fe, precisamente fueron sanados, pero pese a esa dádiva inmerecida recibida, no todos estaban dispuestos a agradecer al que les sanó. Para muchos de nosotros que hemos aceptado a Jesucristo en nuestro corazón, parecería ilógico la forma de actuar de los nueve hombres que no regresaron a agradecer a Jesucristo, pero si analizamos bien nuestras vidas, nos daríamos cuenta de que en muchas ocasiones, actuamos al igual que estos nueve hombres, ya que frecuentemente somos ingratos con Aquel que entregó su preciosa vida para darnos salvación y vida eterna.
Somos ingratos con Dios, porque no solo no le agradecemos por las bendiciones materiales que recibimos cada día, sino que tampoco reconocemos que el nuevo día de vida que tenemos, es solamente gracias a su amor, bondad y misericordia. Aun lo más grave es que no reconocemos el alto valor que pagó Jesucristo para que nosotros alcanzásemos el perdón de nuestros pecados y la oportunidad de vivir eternamente en el reino de los cielos. Por la ingratitud arraigada en nuestro corazón, no valoramos este maravilloso regalo, y seguimos viviendo como si nunca hubiésemos aceptado a Jesucristo en nuestro corazón. La manera de ser gratos con Dios por las dádivas recibidas, es llevando una vida en conformidad a su voluntad, apartándonos definitivamente del pecado, y obedeciendo a su bendita palabra. Si en realidad amamos a Dios, no seamos como los nueve hombres que no regresaron a agradecer a Jesucristo, sino como el menospreciado samaritano. Cada día de nuestra vida, agradezcamos a Dios por todas las dádivas recibidas, y más aún por habernos liberado de la condenación eterna.